¡Heridas!
¡Heridas!
Heridas que consumen el futuro,
dirigiendo la ruta del río, cubriendo los ojos del navegante, buscando la
suerte de la venganza, sabiendo que después de la herida, ya no hay vida, solo
un deseo de reciprocidad, encarcelando el alma, exigiendo justicia del ayer,
acabando con el perdón, maquinando un
plan de desquite, sin medir las consecuencias.
Una solo idea, pintar los bosques
con pinceles de sufrimiento.
Sangre derramada es la vitalidad
de la dulce venganza, justicia por los días de penas, abriendo la puerta a las
noches de insomnio, el que se queda sin sangre, descansa su cuerpo y su alma
renace. El justiciero enjaula su paz, retando a la venganza en cortar sus
retoños, destinado a vivir bajo la
sombra de la culpa. Mejor destino es el que se va, el que se queda sufrirá las
consecuencias de sus actos.
Pregonan por las calles de polvo,
la sangre derramada canta entre lágrimas, suplicando justicia. Pero, sus gritos solo consigue asustar a los del pueblo quienes se refugian
en los sembradíos de aba, tratando de desojar penas e historias, esperando aires de indiferencia, para dejar pasar el
tiempo, volviendo a la costumbre de adaptarse a recibir pocas cosas buenas y
cargando muchas cosas malas.
Ah!!! La costumbre, asimilar una
vida precaria, a pesar de que la lengua pregona abundancia y cosas
extraordinarias.
Hasta que sucede de nuevo, otra
sangre derramada, el pueblo palpita de miedo, pidiendo a un gobernador, alguien
que se responsabilice de sus vidas, olvidando que todos son hombres emocionales
y que siempre su interés personal prevalecerá sobre el interés de su semejante.
El problema que el olor a miedo, circula por los campos, abraza en los vientos,
acaricia en la lluvia, esperando el momento oportuno, para apoderarse de la última
gota de esperanza que habita en el alma de los hombres.
¿Quién vendrá por todos? ¿Quién asumirá
las penas de otros? ¿Quién entregara su vida por los demás?
SOS SOS
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