Ella y Él
Ella y Él
Ella, la más bella a través de
los ojos de él, no había quien ocultará su luz, que iluminaba el rostro de él,
así empezó una bella y trágica historia de amor.
¿Habrá una forma más bella de
amar, estando en tus labios? Pueda que, si exista, más aún en los días oscuros,
donde el mismo sol se acobarda de los nubarrones y sale huyendo al otro lado de
la tierra.
Ella, llevaba en sus espaldas, ramas
secas de encino, sudando a pesar de ser una tarde fría de enero, con la mirada
fija en el suelo, figurando estar pensando, si fuera así ¿En qué piensa aquella
señorita? Pero, si pregunto a su abuela en que piensa su nieta, seguramente
ella dirá que no piensa en nada, porque los jóvenes no acumulan preocupaciones.
¡Ah! Si le pregunta la señorita, ella me diría que no piensa en nada. ¿Por qué será
que le rehuimos afirmar que nos perdemos en nuestro interior? ¿En que pensamos
cuando somos jóvenes?
Él, lleva sobre sus hombros su azadón,
viene de surquear, anda sucio, aunque se debería asumir que está lleno de polvo,
mas no sucio, emocionado porque el día a finalizado, su jornada fue de doce
horas, salieron de la casa a las cinco de la mañana y regresando siendo casi las seis de la
tarde, fue un día difícil, las escarchas de la mañana, mojaban los zapatos y el
frío congelaba la punta de los dedos, la respiración era difícil por la espesa
neblina. Sin embargo, el calor de la mañana era generado por papá, a través de su
ejemplo, entrega completa al trabajo, superar el frío para ofrecer lo mejor a
su familia, sin duda que la mejor palabra son los hechos.
Frente el lavadero de Chi-Mendoza,
se cruzan dos miradas, Ella levanta la mirada, Él deja de hablar, dejando
sentir un chispazo de locura, una sensación de atracción, un calor y es más no
se puede explicar, solamente se siente, el que se ha enamorado, sabe que es,
cada quién lleva en su adentro aquel momento. Él, perdido en el tiempo, choca
con su papá, golpeando su espalda con el cabo del azadón y solo regresa a la
realidad, cuando le jalan la oreja, por esa insolencia infantil, entre la emoción
de ser atraído por Ella y el ardor de la oreja, prefiere observar a Ella, mientras
se alejan. Ella, su respiración se estanca, suda más de lo normal, se sonroja. Pero,
el momento cambia súbitamente, al ver el incidente de aquel joven, se preocupa
y luego carcajea en sus adentros, sin lograr quitar la sensación del momento,
se va, dejando de pensar, divagando en su interior, tratando de comprender lo
que había sucedido.
Ella, llega a la casa de su abuela, cansada y
con ganas de ir descansar, escucha la voz se su abuela, quien le indica que
debe de cenar y bañarse, antes de acostarse y que su mamá, pronto llegará del
mercado, por lo tanto, debe de calentar el agua en el temazcal y echar plantas aromáticas
en el agua, para que puedan relajarse y recuperarse del cansancio. Con leños
secos de encino en sus brazos, lleva el ocote y fósforo, para prender fuego.
Arrodillada frente el temazcal, empieza arder la leña, su mente vuelve a
recordar la escena de la tarde, aunque, prefiere ocuparse de sus quehaceres.
Él, llega a la casa, se sientan
alrededor del fuego, tres ladrillos, sostienen una jarra de barro, donde su mamá
esta preparando un té de manzanilla. Aún le duele la oreja, observa el fuego,
empieza a recordar aquella señorita, se emociona y se pregunta ¿Cómo se llamará?
¿Dónde vive? Sus pensamientos son interrumpidos, cuando su mamá, le sirve su
vaso de barro, lleno de té de manzanilla.
¿Elegimos o somos elegidos?
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