Luna
Luna
Dicen
que la vida está hecha de sueños. Los jóvenes sueñan con entusiasmo, mientras
que los mayores lloran por los sueños no cumplidos. Sin embargo, algunos
jóvenes se van antes de poder siquiera soñar.
Era una
tarde de domingo. Sentado en el corredor de la iglesia, vi a lo lejos a alguien
acompañado de Luna. Mi mente, en un suspiro, recordó que hacía apenas dos meses
Luna había perdido a su compañero de vida, aquel con quien compartía los días
en el campo, contaba las hojas de la milpa, decidía cuántos hijos tendrían y
buscaban juntos cerezos. Soñaban con un futuro lleno de posibilidades, hasta
que él fue asesinado, queriendo ser un héroe en una guerra que no era la suya.
Sí, como lo lees, un héroe en una guerra ajena.
Al verla
ese domingo, mi mente no pudo evitar preguntarse si existe un cielo capaz de
sustituir un infierno tan cruel. Pero, como suele ocurrir con mi naturaleza
chismosa, no pude callar. Conté al pueblo lo que había visto, como si esa
escena pudiera aliviar de alguna manera el peso de mis pensamientos. Sabía que,
al hablar de otros, la envidia corre por mis venas, como un veneno silencioso.
Después
de dos meses, Luna se casa, y, para mi suerte, en la misma mesa en la que me
encuentro. Aún persisten mis dudas: ¿es posible amar nuevamente después de
haber amado? ¿O es que las lágrimas, con el tiempo, se transforman en alegría?
Pero ¿qué puedo saber yo sobre la vida? Si tan solo soy el más joven de la
casa, el que guarda silencio, el que escucha en su lugar, y el que siempre
obedece.
A lo
largo de los años, comprendí que el fuego odia al fuego, aunque ambos sean la
misma esencia; el fuego ama al agua, aunque esta le causé daño, pues ambos
nacieron para coexistir y aniquilarse lentamente. Para la tristeza de Luna, el
agua de su juventud se extinguió, y creyó que el fuego sería su refugio. El
fuego no la permitió llorar; en su lugar, la provocó y la condujo a la ira,
hasta que encontró una extraña sensación de bienestar. Sin saber que el
optimismo no es más que un artificio para evitar la dura realidad.
Entre llamas se consumieron, pues no había
nada nuevo que descubrir cada día. Luna asumió que su destino era ver morir el
agua de su juventud y, con el tiempo, extinguir también el fuego de su madurez.
Al final, quedó sola, convencida de que su propósito era acumular riqueza,
creyendo que así podría aferrarse a la eternidad.
Pero se
desvaneció lentamente, porque los elementos de la naturaleza existen en
equilibrio y complementariedad. Quien vive en soledad no experimenta el dolor
que hace posible el gozo, ni siente los golpes de la vida que dan sentido a la
calidez de un abrazo.
Luna
soñó con adueñarse del tiempo, pero su historia, como tantas otras, llegó a su
fin. Historias que jamás conoceremos, vidas que quedaron en el anonimato. Pero
si alguien pudiera escribir la historia de todos, quizá aprenderíamos a aceptar
la realidad tal como es: imponente, inevitable, y capaz de enseñarnos a
encontrar felicidad incluso dentro del dolor.
Comentarios
Publicar un comentario