Mi ciudad, Mi Vida y Mi Fuego
Mi ciudad, Mi Vida y Mi Fuego
Habrá un milagro que supere
la experiencia de vivir, creo que no, porque los milagros los vemos en vida,
por lo tanto, no hay milagro sin vida, así he aprendido a ver que todas
sensaciones del cielo, son milagros para los existentes que han sabido conquistar
su universo interno, sabiendo que el misterio de la vida está adentro y no
afuera, como lo predicen y explican muchos admiradores de los milagros. Como lo
fue aquel espacio de fuego donde nací, para contemplar los cálculos matemáticos
de los Dioses, para engañar el más sublime existente, con el fin de pintar los
colores más complicados de comer, para que no tuviéramos la necesidad de ser
artistas, para vivir en el paraíso del fuego, donde contamos las llamas de cada
centímetro de nube, que nos rodeaban como pequeñuelos de los existentes, sin
lugar a dudas éramos felices egoístamente, porque éramos de oro puro, nuestros
cabellos hermosos, nuestra sangre de color plateado, que al salir de nosotros,
se tornaban color negro, que iban fuera de nuestra ciudad, para inyectar en la
venas de nuestro paraíso, la esencia de la cual éramos parte de todo, una
concepto no pensado, sino una forma de vida, porque la excelencia de la
existencia es el concepto de saber que nadie está solo, porque no hay vida, sin vidas que la ayuden a contribuir a crecer,
en aquella ciudad de las esmeraldas y perlas, el cielo era verde, porque nos
cubría planetas y otras ciudades verdes, quienes estaban a cargo de cuidar de
nuestra felicidad, porque no hay algo más hermoso de apreciar, que el
agradecimiento profundo de nuestro suspiro, por lo que es la vida, un obsequio
cargado de más obsequios, porque cada espacio de brillo, llegan nuevos
milagros, nuevas flores resplandecen y un líquido hermoso color rosa, que
irradia nuestros actitudes, nos refresca nuestros ideales, para vivir y existir
gratuitamente, donde todo es ganancia sobre ganancia, un estado de creación y
transformación, por la creencia de que este tiempo, es una escalera más, para
llegar a los pensamiento del creador, quien sin duda, está preparando y
buscando a su sucesor, para que él pueda vivir, como cada uno de nosotros, por
lo tanto, cada uno de nosotros, es el creador en potencia, porque nuestra tierra es obra del creador, un
voluptuoso fuego de artistas y creadores, magos nacidos y creador por el fuego,
para pintar las más extrañas ideas en la mente
de cada nuevo existente, porque en aquella plataforma de la creación,
todo era repintado, para ir perfeccionando la voluntad de las constelaciones,
que son el símbolo del tiempo que volverá, porque todo regresa a su origen,
para reiniciar de nuevo, las obras que han de mejorar, para llevar al existente
a una nueva emoción, porque de que serviría vivir, si no se puede sentir lo que
se vive, qué sentido tiene crear si no se puede llorar y reír, como actos
milagros del tiempo, que hacen del existente alguien mejor, para ganarse el
honor de ser el próximo creador, durante puntos largos rayos de sol, para
contribuir a lo más alto de los milagros.
Mi ciudad se llama
Paxtocá, que significa ciudad de fuego,
su suelo de oro, si cielo verde, una ciudad fundida en lo más profundo de una
montaña, movible y transformable, porque lo que representa vivir en ella, es como
es, porque no es bello, es simplemente viva y pensante.
Mi vida: Me llamo lo que mis padres creyeron que era
lo mejor para mí, me llamo según lo capta su mente y su percepción de la
realidad, más específico me llamo, conforme los sonidos que emite su voz, para
expresar una cierta coordenada que llega a nuestra mente, para asimilar
información, que se convierten en imágenes, sentimiento y recuerdos que son
procesados en nuestro cerebro, como una muestra de lo increíble que somos los
existentes, para aprender y adaptarnos a nuestro entorno, me llamo Nojbatz, un
símbolo de lo que soy y seré en el transcurso de la vida, ahora corresponde
contarles mi historia, para relatarse el pasado, el presente y el futuro de mi
todo. Es decir mi ciudad, mi vida y mi fuego.
Era el tiempo de la luna,
la masa de piedra molida, era fría, teníamos un color gris a nuestro alrededor,
nuestro cielo era verde, nuestra ciudad dorada, porque estábamos sumergidos en
una caldera de fuego, en las calles de nuestra ciudad corria lava volcánica,
que transportaban constantemente nuestras limitaciones emocionales, por lo
incomprensible que representa para nosotros la vida, como seres existentes,
listos para aprender y desaprender constantemente, asunto que le daba sentido a
nuestra existencia, en aquella ciudad todos eran multicolores, ya que dependía
de la época del nacimiento, para aprovechar todas las mezclas de colores y
aromas, para formar nuestras distinciones y magnitudes, como seres hermosamente
perversos, porque no había otra cosas que destruir para volver a construir,
porque no habría orden sin caos, por todo lo contrario es fundamental, para
hacer de nuestra vida un milagro, siendo una misión arruinar las grandes obras
de la existencia, para que los recién creados tengan un razón de vivir,
comprendiendo que la única forma de vivir, es cambiar constantemente.
Comentarios
Publicar un comentario