IXMI: Una pequeña Historia en construcción (Parte 3)


MIXI: UNA PEQUEÑA HISTORIA EN CONSTRUCCIÓN (Parte 3)


Con la clemencia del viento que lleva las horas furtivas del sol, la faena el hombre avanza, cambiando el color del campo, se forman rombos de tierra, olorosas y humanas, exhalando el ultimo suspiro del ayer  inhalado por las aves a través de los versos de gusanos, dejando un legado de sabores que vitalizaran el porvenir, aunque existe absorción de energía en el proceso de descomposición del espacio y tiempo, para ello se requiere llenar el cuerpo con atol de maíz rojo, una bebida hecha de la sangre los abuelos, porque no hay vida, sin la sangre, memoria, huesos y piel de los ancestros acumulado en un vaso de barro, aunque el sudor opaca muchas veces el placer de consumir los pinceles del sol, porque caen y caen sobre las venas abiertas de la tierra, siendo hidratantes de un campo descubierto a flor de piel.

La jornada avanza entre el sol, sudor y pensamientos, llegando al punto medio del día, el solo en punto exacto, el viento se ha cansado, las aves se han escapado, la sangre de la tierra se seca, los caminos retumban y las ultimas plantas arden en la soledad, ante la observación del hombre que solo queda, porque tiene que avanzar, sin la consideración de sus penas, aunque sabe que esta a punto de llegar al tiempo de su regeneración, porque sabe que entre su esfuerzo, también recibe su parte de los placeres de la vida.

Entre sus pensamientos, llega de nuevamente su compañera andante, con la frente quemada. Pero, entusiasmada porque ha de servir al dueño de su alma, a su compañero de tiempo, con su pesada carga sobre la cabeza, llevando entre sus brazos un jarro de barro, requiere apoyo, con su melodiosa voz, solicita el apoyo de su amado, quien corre a todo a prisa, para ayudar a su adorada mujer, toma el canasto sobre su cabeza, lo carga y lo lleva directamente debajo del árbol de durazno, bajo de la sombra de ella, tiende su sabana multicolor, sobre ello coloca sus utensilios de barro, en el canasto deja su olla de barro que lleva el caldo de gallina y el jarro de pinol, mientras coloca su canasto de tamales envuelto en doblador de maíz, ya todo puesto en su debido lugar, pasa el jarro de barro con agua caliente, para que pueda lavarse la mano su esposo, quien utiliza su azadón como silla, para acomodarse sobre el campo. Con la mano lavada, le pasan su plato de tamales, luego su plato de comida y por último su vaso de pinol, tanto sabor en un solo momento, lo salado y agrio en el caldo de gallina, lo dulce en el pinol y lo neutral en el tamal.

En la hora sagrada, antes de tomar su alimento, agradecen por el privilegio de recibir la gracia del creador, porque hay satisfacción en el trabajo avanzado y el privilegio de estar entes mundo vivo.
Se agradece cuando se inicia y cuando se finalice, porque todo lo vivido no regresa, solo se acumulado en los días del adiós.

Entre el consumo de los alimentos, se habla de la familia, se disfruta de conocer de los pensamientos del otro, descifrando sus deseos y aspiraciones, porque cada uno guarda sus códigos y misterios, porque somos parte del ensamble de la naturaleza, cada uno ocupando el espacio que le corresponde, para ir regenerando los tiempos.

Al finalizar de comer, ambos se ayudan, para dejar ordenado el lugar donde se estuvo, agradeciendo a la sombra del árbol, por su protección y compañía, esperando no haber molestado su paz y crecimiento.

La jornada avanza. Pero, se observa como la tierra descubierta, se ha secado, lo que falta por descubrir, está en calma, mientras que el sol empieza a irse, llevando en sus hombros hojas secas para cubrirse en medio de la obscuridad del infinito, dejando secuelas de su presencia, porque se consume sus palabras. Pero, se lleva las almas cansadas, esperando avanzar hacia el cuarto cielo, donde existe la luz azul, un espacio de regeneración, donde se pintan los universos y se dejan caer las constelaciones, buscando llenar el abismo de la expansión, con materia inactiva, tratando de no dejar salir del abismo al consumir de tiempo, por si el saliera, no habría infinito, solo un espacio en blanco, trazado por líneas de agua negra.

En el punto más bajo del sol, cuando es llevado por la poesía de la noche, el hombre finaliza su jornada, cumpliendo con su meta asignada, tan fino trabajo, exacto y bello, surcos completos, almas del ayer, sin suspiro o evidencia de sus existencia, ahora empezarán a desintegrase, para convertirse en tierra, devolviendo el cuerpo que presto, mientras experimento el tiempo, el espacio y el pensamiento, asentado en un mismo punto, dejando que sus ideas recorran el planeta, trayendo amores y delicias, siendo el hombre el instrumento en cerrar el circulo el ayer, para dejar nacer el mañana, utilizando la sabiduría del presente, para cumplir su tarea del día. El hombre tan fiel a sus principios revisa que todo este de lo mejor, limpia su herramienta, la besa y agradece, la lleva en sus hombros, se marcha directo a su casa, sabiendo que dentro de 60 soles vendrá de nuevo, esperando que lo hecho hoy, sirva para lo que vendrá, aunque sabe que lo hecho se mide con lo que se ve.

Pasados 20 soles del circulo solar, el hombre, lleva al campo de los olvidados, para verificar si el silencio a dominado el campo, para limpiar aquellas ideas que deseen brotar en el espacio de los que vendrán, para la paz de su alma, su trabajo a estado a la altura de la situación, solo le queda observar algunos detalles, al parecer todo esta listo, para la recepción de los nuevos dueños del tiempo, toma un puño de tierra, y  después de la inspección va directo al templo Q’aq’al Xikin, donde están guardadas las capsulas de manzanilla que abrazan las semillas de los que vendrán.

Al llegar al frente de Q’aq’al Xikin, abre la puerta de manzanales, la llave que utiliza es un puño de tierra extraída del campo donde ha trabajado, si la tierra esta lista, automáticamente las hojas de los manzanales se abren, como todo ha estado bien, al verter el puño de tierra, se abre la puerta, en la entrada se ve una fuerte cantidad de vegetales apiladas unas sobre otras, formando una pared multicolor, la iluminación lo realizan luciérnagas, son millones de ellas que dan a luz al templo, en el fondo se aprecia una caja de madera que está rodeado por miles de abejas que se abren en sincronización , dejando al hombre que se pueda acercar, mientras desciende una ardilla de lo más alto y levanta la tapa de la caja, se puede apreciar semillas de maíz, color rojo, blanco, amarillo y negro, tan reluciente, a pesar de sus colores, brillan fuertemente como el oro, se acercan cuatro gatos de monte que traen en sus cuellos bolsas de tela multicolores, con sus uñas abren orificios a la caja dejando caer las semillas de maíz dentro de las bolsas, hasta dejar caer la última semilla. Bolsas llenas, los gatos de monte se acercan al hombre quién con reverencia de rodilla recibe las bolsas llenas de semilla, sin mas que hacer, el hombre se levanta y camina en dirección de donde entro, con el mayor silencio posible, aunque con las muchas dudas, porque durante toda su vida, solo ha visto lo mismo del templo, sabiendo que hay más por ver y conocer del templo Q’aq’al Xikin.

El hombre llega a su casa, un pequeño templo de barro, sus paredes construido con adobes de barro, sostenida con madera de ciprés, con techo de madera y teja de barro, sus puertas y ventanas de madera, pintada sus paredes de cal, su alrededor rodeado de flores de clavel y arbustos de chilca, tan cercadas la casa que no existe un espacio para dejar entrar los malos pensamientos, la iluminación de la casa proviene de las calderas de volcán Batz, que quema las ramas de los saúcos que caliente e ilumina la casa, el hombre con las semillas sobre sus hombros, entra a la cocina, saludando a su esposa, le entrega las semillas quién rápidamente va al lugar sagrado de la casa, para ir a traer las cuatro vasijas de barro, donde colocará las semillas, luego las colocará en su debido lugar, esperando el día siguiente.

Una nueva mañana, un día simbólico, un día de fiesta, porque hoy se vuelve a creer que lo que se imagina empezará a convertirse en realidad, cuando los elementos invisibles de la tierra se reúnen para darle forma al campo y dejarse abrazarse entre todos, para unificarse sus deseos por un solo propósito. El colibrí cual mensajero, llega antes que el sol, toca la música del agua, para despertar al hombre, quién alegremente se levanta, se abraza con su amada, pidiendo su bendición, por el día de la siembra, se levanta se viste con hojas de cerezo, se sujeta el alma con perfume de azucena, entra al cuarto sagrado, se arrodilla, toma las semillas y las carga en un costal de mimbre, toma su azadón y se marcha al campo.

En pleno campo, con la neblina de la esperanza, esparcida por los cuatro puntos de la sabiduría, el hombre tiene un tiempo definido en cumplir tal noble labor, sabe que su campo es pequeño. Pero, importante para preservar los cuatro saberes expresadas en colores, toma un semilla de cada color de maíz, las coloca en el centro, de pronto vienen cuatro armadillos que vienen a tomar un semilla, la llevan directamente al punto que les asigna el soplo del viento, es la orientación que recibe el hombre, para saber en que punto debe sembrar cada color, definidos donde plantar, el hombre procede a medir cada espacio, porque entre cada semilla debe de haber diez dedos de separación, con su trabajo anterior, garantiza que no faltará o sobrara un dedo de medida, a lo que le satisface, porque todo cuadra, misma cantidad por cada brazo de medida, para ser precisos debe de haber cuenta dedos por cada brazo de medida.

El hombre rápidamente sabe que antes de la salida del sol, debe tener listo las zanjas donde dejará la semillas, trabaja con velocidad, sin descuidar la exactitud y belleza de su trabajo, porque debe perforar en el punto de inicial de las venas de la tierra, para que las semillas desciendan en la sangre de la tierra, porque de ello depende su sobrevivencia, al más mínimo descuido, se pierde la sangre y se contamina la fuente, por algo será que los abuelos dicen, el hombre tiene la noble responsabilidad de construir una vida a través de la sabiduría, la belleza, el arte, la imaginación y el respeto, porque todos sus actos tienen consecuencias. Desde el Cuxliquel los rayos del sol se desplazan como animales hambrientos, dispuestos a beber de la pureza de la tierra, rompen los cristales de la luna que ha dejado en su noche helada, el hombre lanza todas las semillas a cielo, dejando que cada semilla capte un rayo de sol y por la velocidad que vienen, caen exactamente en la zanja, antes que los rayos del sol se percaten que han sigo atrapados, un batallón de tuzas salen de la tierra y con sus patas tapan las zanjas con la misma tierra, enterrando la semilla con su rayo de sol que le servirá como su primer alimento, antes que empiece a succionar la sangre de la tierra, acumulada de las almas del ayer, la operación debe de ser rápida, porque semilla sin rayo muere y semilla con dos rayos endurece, por lo tanto, todo debe suceder a su tiempo y a su medida, un principio que los hombres han comprendido, porque el interferir en el equilibrio de la naturaleza, exponemos nuestra propia existencia, porque somos parte del equilibrio. Con la participación el hombre, ante sus ojos, la tarea se cumple, dejando ver como el sol, llega sobre el campo, sin que pueda interferir en el orden de las cosas, el hombre solo revisa que todo esté bien, realiza una inspección, para su tranquilidad, ni una semilla ha quedado fuera, con su azadón, afina algunos detalles, todo está bien, regresa a su hogar.










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