¡Buen día!
¡Buen día!
Con el alma perdido
entre la alegría de la niñez y el abrazo de la montaña,
rodeado de encinos minúsculos,
hojas secas y polvo seco,
siendo tan escasas las malezas que dejan ver la piel de la tierra, rocosa y
ardiente,
ideal para el bronceado de los reptiles,
expuestos a tumbarse en los
caminos de los hombres,
propiciando batallas de muerte,
porque reptiles y
hombres al verse se asustan,
ante las circunstancias y elementos,
optan, por
correr o batallar, si la opción es batallar,
el reptil borra su cuerpo dejando
navegar su imaginación en el infinito.
Mañana exuberante,
el roció del
amanecer se desliza entre las hojas y ramas de las plantas,
ocultándose de la
sonrisa radiante del sol, para volver a cantar en las noches de luna,
mientras
que nosotros alistando nuestras herramientas,
colgando nuestros lazos en las
ramas de encino,
observamos el ocaso de la vida, retocando los ojos del cielo
de color tierra.
“Cuentan los ancestros, la muerte es el preámbulo de nueva
vida, los cuerpos se prestan a los nuevos espíritus y los que se van de aquí,
suben en las cumbres de la esperanza, en búsqueda de una nueva razón de existir”.
Entre tantos mundos,
en un mismo
espacio y tiempo,
aquí el hierro, aún entierra plantas y pica la piel de la
tierra, utilizando la fuerza del hombre, destapando el aliento de la vida, que
esta en todas partes, aunque parece un acto simple,
sin embargo,
consume
hombres.
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